Cada vez que salgo de la bodega con una sonrisa maliciosa, mi mujer tiene sus reservas. Allí suelo llevar una llamada "trouvaille" de la bodega, que casi siempre sólo me gusta o me resulta especialmente interesante. La mayoría de las veces se trata de vinos viejos, que de todas formas a mi mujer no le gustan mucho.
Esta vez también es así. "¿Qué tienes en mente otra vez?". Por supuesto, algo que encontré en el sótano, tal vez incluso un experimento, es mi respuesta. Este tipo de experimento no es para nada lo que le gusta cuando se trata de que le sirvan un buen vino con la cena.
Esta vez, sin embargo, tengo suerte, aunque luego tenga que revelar muchos datos "desconocidos" o digamos poco conocidos. Un vino del Loira. Ahí es donde empieza un cierto escepticismo, aunque en nuestro último viaje al Loira bebimos vinos maravillosos, pero a menudo no muy sencillos. Vinos más bien para disfrutar tranquilamente que para beber enérgicamente. A continuación, la segunda sorpresa: un Cabernet Franc, una variedad de uva que conocemos principalmente por las cuvées de Burdeos. ¿Pero los vinos de Cabernet Franc puros? Recuerdo un gran vino de esta variedad de uva, del sur del Ródano. Pues bien, el Cabernet Franc es conocido por ser la reina -pero también la diva- del Loira. Y por último, casi no me atrevo a decirlo: es un vino llamado ecológico. En una cata, escuché por casualidad unos juicios bastante terribles de un participante (desconocido para mí), llegaron a decir: "imbebible". Ahora bien, cuando alguien dice "imbebible" de un vino, siempre me emociono y me suele gustar bastante. A menudo se trata de algo especial, no de un vino de poca monta, no de la corriente principal, sino más bien de un vino para pensar y disfrutar, para explorar y aprender. "Incomible" suele ser la expresión impotente para la otra, poco conocida, nueva.