La arquitectura y el vino ofrecen una combinación casi insuperable en términos de dinámica de desarrollo. En todas las regiones vitivinícolas se están construyendo impresionantes edificios modernos. Lo que el Nuevo Mundo y, en Europa, Austria en particular, han sido pioneros, también está ganando impulso en Alemania.
Pero si se mira al pasado y a unos años vista, hay que reconocer en muchos casos las sombras que proyectan los actuales fuegos artificiales de la comunicación. La moda y el vino y la moda y el perfil empresarial se excluyen mutuamente. Los consumidores deciden a medio y largo plazo qué proyectos arquitectónicos tienen realmente éxito a largo plazo.
La estructura a pequeña escala de las empresas, a menudo familiares, de sector del vino ofrece una excelente oportunidad para posicionarse con éxito: distinguirse con un estilo personal y utilizar la singularidad y la coherencia de la personalidad. Es esta individualidad con la que uno puede identificarse como consumidor. No sólo se experimentan los productos, sino también las personas que elaboran el vino según sus ideas.
Sin embargo, como amante del vino, uno no sólo experimenta el vino y las personalidades. Toda la información que recibimos de una empresa, ya sea en la página de inicio, en los eventos, al leer la carta de vinos o al comprar vino in situ, se unen como piezas de un puzzle para formar una imagen global.
Si las piezas del rompecabezas encajan bien, el resultado es una imagen global coherente que determina la impresión de calidad tanto como la propia calidad del vino. En resumen: cuanto mejor sea el conjunto, mayor será el disfrute del vino.
Si la arquitectura ocupa un lugar destacado en la presentación exterior de una bodega, el estilo arquitectónico no debe perturbar la imagen de la empresa. Pero es precisamente ahí donde reside el riesgo de muchos de estos proyectos. La moda actual dicta el estilo. Además, en sector del vino se tiende a copiar los modelos de éxito. Ninguna de las dos cosas conduce al éxito a largo plazo.
El problema de la moda: a diferencia de otros medios de comunicación, el cambio de estilo en los edificios es imposible a lo largo de muchos años. Sin embargo, los estilos de moda pierden rápidamente su atractivo, y un vistazo a muchos proyectos arquitectónicos de los años ochenta y noventa demuestra lo rápido que puede ocurrir.
El problema de las copias: El estilo puede encajar con la personalidad del modelo a seguir, pero no necesariamente con la propia empresa. Las consecuencias son una falta de autenticidad y contrastes inquietantes entre el estilo personal de los empresarios y la apariencia de la empresa.
La tan citada identidad corporativa, la interacción de todos los elementos de comunicación dirigidos hacia dentro y hacia fuera, no debe dejar de lado el estilo arquitectónico y el estilo del producto.
Como empresario, el objetivo debe ser tomar conciencia del propio estilo y expresarlo mediante una planificación orientada a este estilo, también en los proyectos de construcción. Por lo tanto, la atención se centra en los objetivos, los valores, los principios y el estilo del empresario. Estos son precisamente los temas que interesan a los consumidores de vino. La comunicación corporativa basada en esto y construida a largo plazo evita los fuegos artificiales del marketing permanente y es más creíble y fiable.
Para preservar la posibilidad de poder realizar los propios proyectos de construcción sin sucumbir a las modas y a las influencias externas, el proceso de planificación debe llevarse a cabo prestando especial atención a la orientación de la personalidad. Entonces el vino también estará a la altura de la arquitectura.