Han pasado dos años desde la última vez que tuve el vino en mi copa y me di cuenta: "'San Giorgio Amarone es el rey y no uno de la variedad rápidamente accesible'. Aha - ¡no se puede acceder rápidamente! Así que hay que tener paciencia. La añada -2008- está todavía en el ámbito de la juventud. ¿Fuimos demasiado impacientes? Ya ligeramente puntiagudo en nariz, un poco demasiado dulce en el paladar, redondo pero todavía (especialmente en el final) muy "alcohólico". Y ahora, casi dos años después, ¿se ha hecho el vino por sí mismo, se ha desarrollado? El bouquet se ha vuelto más suave, más fresco, incluso más afrutado. El final deja -si no recuerdo mal- claramente menos rastros de alcohol y dulzura. Pues bien, el Amarone -bien vinificado- es siempre un bulto pesado, una explosión, un manojo de concentración. Necesita mucho tiempo para madurar en la botella, necesita paciencia. 
Y con demasiada frecuencia no puede mantener su promesa inicial, se hunde, no consigue encontrar la armonía y se queda -sobre todo cuando la potencia se desvanece- bastante atascado. Este Amarone no. Estoy convencido de que algún día encontrará su armonía. ¿Pero cuándo? Los inicios están ahí, las notas especiadas se imponen, la madera retrocede a un segundo plano, una estructura clara emerge. Y sin embargo: el vino puede, no debe, seguir descansando en la bodega. Lo bebí con una comida abundante y no muy diferenciada. Podría mantenerse, podría desarrollar su propio carácter, incluso podría agradar. Pero sigo esperando con la convicción de que será aún mejor, de que ya no tengo que decantarlo horas antes para que se libere del corsé del Amarone, de que funciona de tal manera que es un placer integral y no sólo consiste en la tradición y la terquedad, con fruta fresca de cereza, tabaco y especias adecuadas, hasta el final.