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Esta no es una historia de vino convencional. Es una oda a los grandes crecimientos tradicionales de Rioja que resisten el paso del tiempo, sin dejarse impresionar por las modas. Reflexiones de Carlos Delgado.

¿Y nuestros clásicos? Esos grandes crecimientos de Rioja que en su día cimentaron la fama de España como país vinícola, pero que en los últimos diez años se han visto cada vez más desplazados por los vinos "modernos", oscuros y potentes que obtienen las mayores puntuaciones en las catas... La pregunta me llega bruscamente: Estoy charlando con Enrique Cortázar, con quien tengo una larga amistad, forjada a base de grandes sorbos y largas discusiones sobre el vino.

Mi último descubrimiento

Sabiendo que Enrique comparte mi amor por la música, puse mi último descubrimiento, la 7ª Sonata de Beethoven - interpretada por Alfred Brendel. Sin duda, debería escuchar el segundo movimiento, de casi nueve minutos de duración y uno de los pasajes más bellos que el genial compositor haya puesto sobre el papel. Una vez que las últimas notas se han desvanecido, ofrezco a mi invitado algo de beber, algo que se ajuste a esta pieza musical única, que sea digna de ella. Abro una botella de tinto español, uno de los vinos más valorados de nuestro tiempo (cuyo sonoro nombre me guardo sabiamente), citado por mí en innumerables ocasiones como un brillante ejemplo del viento de renovación que sopla en nuestro paisaje vinícola desde hace algunos años.

Enrique y yo agarramos la copa con mano firme para comprobar el vino a contraluz. Entonces bajamos la nariz hasta lo más profundo de la copa, giramos y olemos, una vez más, penetrando hasta las entrañas aromáticas del líquido oscuro. Ahora tomamos con cuidado un pequeño sorbo, lo dejamos rodar por la boca, lenta y deliberadamente al principio, y luego lo catapultamos enérgicamente contra el paladar con un preciso movimiento de la lengua. Unos segundos más y finalmente nos decidimos a tragar, disfrutando felizmente de cada gota.

¿Hemos perdido de vista al consumidor poco sofisticado?

Hasta este punto, todo es perfecto. El problema sólo sale a la luz cuando discutimos animadamente el asunto durante un rato, dejando la copa a un lado y sin volver a tocarla después de ese primer sorbo. Preocupado, lo tomo de nuevo con la mano derecha y repito toda la ceremonia. Enrique se une a mí en silencio. Agitar el vaso, oler, sorber, saborear, tragar. Con renovado vigor, retomamos la conversación y, de nuevo, el vino permanece intacto. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué esta gota tan alabada no puede consumirse con la ligereza y la alegría que serían obvias dadas sus fabulosas cualidades? ¿Acaso los críticos y escupidores hemos perdido de vista al consumidor no iniciado que simplemente quiere disfrutar del vino, extrayendo de él un abanico de impresiones aromáticas y gustativas, pero sólo con el propósito de ser estimulado a beber más? Estoy convencido de que ha llegado el momento de reivindicar este valor hedonista que es la esencia de todo gran vino. Ir en busca de vinos que se quieran beber hasta el final, a diferencia de los "vinos de diseño" concebidos y creados para la degustación, condensados insoportables de atributos pretenciosos: Color, concentración, cuerpo, carnosidad, tanino.

La historia tiene un final feliz. Me rindo ante la evidencia de que el supuesto vino milagroso nos ha saturado con sólo unos sorbos, y vuelvo a caer en un tinto de Rioja, de corte excesivamente clásico, pero vinificado con la suficiente maestría como para no mostrar las carencias de una tipicidad mal entendida. Se trata de un Viña Pomal del 96, un vino editado por Bodegas Bilbaínas para celebrar su centenario. Una lección de delicadeza que envuelve su firme estructura, un ejemplo de armonía en la composición aromática, aterciopelado en el paladar, con una agradable progresión que sólo es superficial en apariencia, pero que en realidad deja una profunda estela de delicado sabor afrutado. Es el redescubrimiento del placer de beber, y el impulso a la reflexión: ¿Cuál es el estado de nuestros clásicos?

La verdad es que sólo pude encontrar la respuesta en un lugar: el barrio de la estación de Haro. Porque si algo simboliza el clasicismo riojano es el "barrio de la estación". Allí, a izquierda y derecha de las vías del tren, se agrupan varias bodegas de gran calidad y prestigio, casas que han hecho historia y han dado esplendor a Rioja: CVNE, Bodegas Bilbaínas, López de Heredia-Viña Tondonia, Rioja Alta, Muga Los vinos que elaboran desde hace más de 100 años han sentado un precedente y se han convertido en un modelo a imitar en toda España. En los calados subterráneos de estas bodegas reposan vinos que parecen gozar del privilegio de la inmortalidad, como el Imperial Gran Reserva de 1958, que sigue mostrando una vivacidad sorprendente, un paladar increíblemente meloso y todo un concierto de maderas nobles y especias. Igualmente indescriptible es la experiencia del Prado Enea 1969: me fascina la delicadeza de su tacto, me conmueve el equilibrio supremamente profundo del vino, que aún susurra la magia de su larga crianza. Subiendo la escalera de las añadas, muy pocos vinos de 1985 pueden competir con el Viña Ardanza.

No se trata de vinos que deban o puedan ser imitados, sino de testigos de una época en la que la elaboración del vino era todavía un arte que desafiaba el paso del tiempo. Hoy, el modelo está demacrado, fruto del afán de las bodegas riojanas por producir en respuesta al vertiginoso aumento de la demanda; los vinos han perdido las "pantorrillas", como diría Isaac Muga, y en lugar de delicadeza sólo hay demacración, como en el caso de aquellos jóvenes románticos que en su día alcanzaron la oportuna palidez al contraer una anemia que amenazaba con la vida, reacia a cualquier carnalidad.

El tiempo se mueve en espiral% y cuando se vuelve al mismo punto% siempre está en un nivel superior.


La cosa se agrava cuando los enólogos, persiguiendo las últimas tendencias y gustos, tratan de forzar el resultado, cayendo en el exceso. El resultado es irritante, y queda muy claro el error de apreciación de quienes piensan que la concentración se puede lograr con "concentradores" que evaporan parte del agua, porque lo que estas máquinas realmente le roban al vino es su alma. Imperdonablemente, algunos crecimientos que tienen que soportar esto son incluso alabados como vinos de "terroir". ¿Y qué hay de los disparatados niveles de alcohol del Tempranillo, que sólo son posibles en Rioja cuando las uvas se recogen demasiado maduras? El resultado son unas gotas pastosas que bajan mucho por la garganta.

Desde Heráclito sabemos que el mismo río es siempre diferente y que sin cambio no hay progreso. Y sin embargo, en mi viaje al barrio de la estación de Haro, temí que al final sólo encontrara un clasicismo adormecido. Porque no es lo mismo disfrutar de una reliquia bien conservada que degustar un vino joven lastrado por una edad demasiado temprana. El tiempo se mueve en espiral, y cuando se vuelve al mismo punto, siempre es a un nivel superior. Todo lo demás está parado.

La primera sorpresa viene de la mano de Isaac -sus amigos le llaman Isacín- Muga, cuya camisa se extiende sobre una abultada barriga, prueba externa de que aquí el placer no es sólo teórico, sino vivido. Muga no teme llamar a las cosas por su nombre, ni siquiera glosa sus debilidades, tiene las ideas claras: "Un Rioja debe tener pantorrillas pechugonas, no debe caérsele la carne para que parezca un clarete, de lo contrario pierde todas sus cualidades, pero tampoco el bodeguero debe buscar una carnosidad que no tenga relación con la verdad de la uva." Su Prado Enea revela una perfecta evolución del gusto sin perder nunca el corte clásico que lo hace tan atractivo. Una cata de las añadas 1969, 1973, 1976, 1981, 1987, 1991 y, finalmente, la más reciente, 1995, es testigo de esta evolución. Por ejemplo, en la crianza, con un roble ahora más nuevo pero al mismo tiempo más discreto que en el pasado, que permite que la fruta destaque en nariz, aunque envuelta en toda una paleta de aromas desarrollados. La continuidad la percibo mejor en boca, donde el vino, más expresivo en las últimas añadas, sigue mostrando una envidiable suavidad.

En López de Heredia-Viña Tondonia no encuentro el mismo esfuerzo por renovar los vinos, a pesar de que la bodega está dirigida por una generación joven y entusiasta, encabezada por Marijose, pero que parece forjada en el clasicismo que hizo famosa a la casa. El tiempo parece haberse detenido aquí. La bodega aún rezuma la atmósfera de principios de siglo, como si el bisabuelo que fundó la casa guardara celosamente su territorio. Es la bisnieta, pequeña y burbujeante y que sufre de incontinencia verbal, la que la hace totalmente simpática, la que mantiene afilada la hoja de la tradición familiar. En la lúgubre bodega subterránea, degustamos un excelente blanco de 1968, con una complejidad aromática tan sutil como indescifrable. A continuación, los tintos de las añadas de 1964 y 1978, demostrando lo que ya sabíamos, que los vinos de antaño pueden envejecer durante un tiempo increíblemente largo, pero conservando siempre su vitalidad.

Es curioso que las añadas más recientes, concretamente la 85, den la impresión de un envejecimiento acelerado, como si el tiempo pasara factura antes de tiempo. Es un vino muy personal, nada sencillo, y para apreciarlo se requiere un íntimo apego a la casa y a su tradición. ¿Es sólo una fase? Tal vez. Pero lo que sí es cierto es que a esta reconocida bodega le convendría actualizar más sus vinos, pero no a través de una transformación aventurera, sino de una evolución natural. Junto a la fachada de la casa con su exótica pintura oriental, la maleza sobrepasa las viejas y oxidadas vías del tren por las que hace tiempo que no pasa ningún tren. Una metáfora que llega al corazón y es tan cruel al mismo tiempo.

"Los vinos de Rioja siempre se han creado a través del arte de la combinación% y no debemos perder esta tradición".


En el otro extremo se encuentran las Bodegas Bilbaínas, que, bajo la eficaz dirección de Pepe Hidalgo -creador de algunos de los mejores vinos españoles en diferentes regiones productoras- y con el apoyo financiero y de distribución de Codorníu, han renovado decididamente sus marcas históricas. La mejor ilustración es Viña Pomal, que en la añada de 1997 logró un equilibrio perfecto entre clasicismo y modernidad. En cuanto a los vinos modernos, Hidalgo advierte del peligro del "pensamiento único" con un afán de concentración a toda costa, que lleva a una homogeneización tal de la gama que los crecimientos acaban perdiendo su carácter original. "Cuando pido un Rioja, me gusta beber un Rioja, preferiblemente un buen Rioja, por supuesto, pero sobre todo un Rioja. Por eso no puedes usar una palanca". Me gusta esta filosofía, que aborda el progreso desde el punto de vista de ser fiel al terruño.

Observo un cambio más cauteloso en La Rioja Alta. Guillermo Arranzábal muestra una visible satisfacción por las mejoras que ha introducido en la bodega, con especial atención a la bodega experimental, donde reposan nuevas barricas de diferentes tipos de roble, en cuyo interior se encuentran las variedades de uva tradicionales, tanto varietales como de mezcla. "Los vinos de Rioja siempre se han creado a través del arte de la combinación, y no debemos perder esta tradición. Hoy se trata de encontrar los elementos ideales, respetando el origen y la personalidad de cada componente".

Guillermo Arranzábal transmite seguridad sin dogmatismo. Es como su vino, convence a través de la discreción, huyendo del espectáculo. Catando diferentes añadas de Viña Ardanza desde 1970 hasta 1995, resulta evidente que estos vinos tintos, elegantes y redondos, nunca podrían imponerse en una cata a ciegas. Pero más allá de la primera impresión, muestran un cierto "algo" que escapa a la lógica. El '70, por ejemplo, al que la bodega debe su fama, deja una huella aromática llena de magia e intensidad a pesar de toda la incipiente decadencia; el '85, en cambio, recita todo un catálogo de complejidad que incluye incluso notas minerales tan poco comunes en Rioja. Son los vinos que han evolucionado bajo la influencia de la tendencia hacia la "alta expresión", el vino de mayor expresión, hacia una fruta más presente y una madera más fresca. Como eje, conservan la esbeltez y la sugestión.

El viaje por el barrio de la estación, en busca de un clasicismo injustamente olvidado, termina en CVNE, la casa madre del legendario Imperial, que marcó toda una época. La bodega sigue ofreciendo la imagen del gigante corpulento que desprecia las apariencias. Aquí, la grandeza histórica no se refleja en las elaboradas y sobrias instalaciones de la bodega, que hablan más de cantidad que de calidad. Este es quizá el punto débil de la bodega, que en su día fue líder en crianzas sencillos -como el CVNE Tercer Año- pero que siempre situó sus Reservas y Gran Reservas por encima de ellos. Basilio Izquierdo, un enólogo con alma y corazón, un hombre cálido y cercano que esconde una extraordinaria sabiduría detrás de sus sencillas maneras, accede con gusto cuando le pido una cata vertical de los vinos Imperial y Viña Real. "No somos el objetivo de Robert Parker", dice mientras abre las añadas de 1958, 1964, 1970, 1975, 1985, 1991 y 1995. Y entonces experimento la maravilla del tiempo condensado, sumergiéndome en un Rioja tocado por la gracia. Los aromas en el '58 y el '64 están tan delicadamente dibujados como una sonrisa renacentista. En los vinos de los años 70, el descubrimiento de la fruta anuncia lo que vendrá poco después. Y de los dos últimos, el del 91 y el del 95, habla silenciosa pero insistentemente un clasicismo cuidadosamente renovado.

Ha llegado la hora de pesar, la hora de la reflexión. Lo que ha hecho a nuestros Riojas no sólo famosos sino también tan deliciosos de beber, la delicadeza, la elegancia, la sutileza, el nervio, la ligereza en el sorbo, todos estos son atributos que no quisiera perder. Pero los tiempos también han traído un sabor más natural, una presencia sensual de la fruta, un tono amaderado más discreto, vinos con "pantorrillas". Hay que tocar este teclado para actualizar nuestros clásicos, como ocurre actualmente en el barrio de la estación de Haro, pero también en otros lugares de Rioja. El hartazgo con el que cada vez más amantes del vino se topan con las gotas demasiado concentradas, esos vinos que impresionan pero no convencen, que son tan iguales porque quieren ser tan desesperadamente diferentes, es una oportunidad de oro que los clásicos de Rioja no deben desaprovechar ahora.

carlos.delgado@vinum.info


Clásicos con clase

¿Fascinado por la declaración de amor de Carlos Delgado?
Estos cinco vinos encarnan el estilo tradicional de Rioja.




Viña Pomal
Reserva 1996
Bodegas Bilbaínas


Hermoso y vivaz rojo rubí con reflejos rojo ladrillo. A corazón abierto en la copa:
Inmediatamente las notas balsámicas suben a la nariz, la fruta está óptimamente madura, el bouquet es especiado.
En el paladar, cerezas ácidas encurtidas, con cuerpo y bien estructurado, con una buena columna vertebral.
Los taninos nobles aportan una ligera astringencia, que seguramente se desprenderá en la botella.








Imperial
Gran Reserva 1995
Bodegas CVNE


Rojo cereza con un fleco de color ladrillo, pero bastante apagado. Con gran dignidad este vino lleva su reducción: notas de cuero y madera, fruta tímida al principio, pero luego se despliega, huele a mermelada, especias y caja de puros (cedro, tabaco). Redondo en boca, bien construido, equilibrado, con un final largo y elegante.









Prado Enea
Gran Reserva 1994
Bodegas Muga


El más gruñón de todos los vinos, tarda mucho en dar la cara. Fuerte reducción, pero esto no afecta a los aromas. No decantar ni airear. Aroma complejo, curso elegante, buena estructura, cuerpo y fusión, sin molestar a los rincones y aristas. El acabado es brillante y lleno de fuerza.










Viña Ardanza
Reserva 1995
La Rioja Alta


Rojo cereza intenso sobre fondo rojo rubí. Notas de café, tabaco y sotobosque, inicialmente bastante cerrado, pero tras la aireación abierto y complejo. Fruta madura y de licor; agradable dulzura en el paladar, que combina excelentemente con el resto de sabores: la acidez, el tanino y la elegante nota amarga del final.









Viña Tondonia
Gran Reserva 1985
Rafael López de Heredia


Perfil clásico. Color rojo ladrillo con tonos anaranjados. El vino está abierto, apenas
reductora. Aromas de cedro y tabaco, notas aldehídicas muy elegantes, aromas frutales que recuerdan a las cerezas ácidas del Eau de Vie. Aterciopelado en boca, sin asperezas, suave y vivo. La acidez bien dosificada le da frescura.

Elmerecido maestro
Carlos Delgado es redactor jefe de la edición española de VINUM desde 1997 y es el escritor de vinos más respetado del país. El hecho de que a estas alturas esté defendiendo a los clásicos de Rioja es notable cuando se sabe lo decisivo que fue en el éxito de los vinos de diseño españoles. "Gracias a este movimiento, España obtiene por fin el reconocimiento internacional que merece", dijo entonces con acierto. Cuando Delgado reclama hoy el regreso de los clásicos, está influyendo -una vez más- en el desarrollo de la cultura del vino española en un sentido positivo.


El equipo de redacción de Vinum ha tenido la amabilidad de poner a nuestra disposición este artículo. Muchas gracias por esto. Utilice el siguiente enlace para solicitar una muestra gratuita de Vinum:

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