Lo primero que llama la atención es la hermosa nariz. Incluso antes del primer sorbo, nos adentramos en el vino. Realmente una fragancia, contenida, redonda, casi sublime, sobre todo profunda y suave. ¿Se puede decir lo mismo de una fragancia? No sé, no importa, pero los adjetivos expresan aproximadamente lo que percibimos.
Un Barolo que ha madurado maravillosamente. Lo que más me sorprende es el hecho de que la primera impresión se confirma en la boca. Esto no es siempre, o incluso raramente, el caso. La nariz y el paladar transmiten con frecuencia señales diferentes. Ya he reflexionado sobre el vino en "Borracho". En ese momento, apenas me di cuenta de la nariz. Pero ahora, probablemente unos dos años después, se escapa algo de la botella que yo calificaría profanamente de genial.
Giuliano y Renato -los dos hijos de agricultores de Corino, arrendatarios de una finca en Morro desde los años 50- embotellaron el primer Barolo a mediados de los años 80, adoptando la filosofía de su amigo Elio Altare, es decir, conseguir una mayor calidad y estructura en los vinos reduciendo la cosecha. Poco a poco, los dos hermanos fueron ascendiendo en el campo del Barolo hasta que en 2005 dividieron la bodega, Giuliano continuando con su mujer la gestión de ocho hectáreas de la finca original y Renato dedicándose sobre todo al desarrollo del Barolo. Sin embargo, no sé cómo son las nuevas añadas de ambos.
Lo que sí sé es que este '96 tiene las características de un vino de culto. ¿Por qué no me di cuenta de esto cuando tomé nota del vino por primera vez, hace ya dos años? No lo sé. A veces un vino se desarrolla óptimamente en fases decisivas, a veces los embotellados son diferentes. Pero el factor decisivo es probablemente el estado de ánimo, la expectativa y las circunstancias en las que se bebe un vino. Creo que esa suele ser la clave del disfrute del vino, al menos para los señores Normalverbraucher.