Los vinos potentes -aunque sean Shiraz puros- no son lo mío. Prefiero los vinos delicados, los vinos comedidos, los vinos que entran en un juego de aromas y paladares. Esto no es lo que hacen las "Ocho Canciones", por muy romántico que suene el nombre "Ocho Canciones". El vino es pura potencia, exuberante, fruta de baya expansiva; con pesados timbres en la gama de la vainilla al tabaco y el chocolate negro. Supongo que por eso esta botella ha permanecido en mi bodega durante tanto tiempo. Con el debido respeto -incluso reverencia- por el trabajo pionero de Peter Lehmann (quien, por cierto, murió hace seis meses), muchos de sus vinos son demasiado exuberantes, demasiado opulentos, un poco demasiado de casi todo para mí.
Esto también se aplica a este Shiraz, una apreciación del vino de 8 pinturas del artista australiano Rod Schubert (nacido en 1946), que ha expuesto varias veces en la bodega de Peter Lehmann. El ciclo de pinturas se llama "Eight Songs for a Mad King", Ocho canciones para el rey loco Jorge III. (1738-1820), que se volvió loco al final de su vida.
Algo de esta "locura" llegó al vino. No directamente, más bien simbólicamente, color rojo oscuro, casi negro, muchas bayas y chocolate en la nariz, en el paladar exige precedencia y confirma este derecho con un final largo.
En algún lugar leí: "Un canguro me salta desde el cristal". Este es el Shiraz de Peter Lehmann, y ciertamente puedo entenderlo. Ayer estaba exactamente en el mismo estado de ánimo. Quería algo fuerte, algo individual, cultivado. Quería que fuera redondo, se podría decir; quería sentir un vino, mantener el final durante mucho tiempo y llevarlo. Fue uno de esos días en los que no quise "filosofar" sobre los vinos, sino simplemente disfrutarlos. Uno de mis profesores solía decir que si algo era muy claro e inequívoco para él, - esto se puede agarrar con las manos. He cogido este vino con gusto, no con las manos, sino con todos los sentidos en los que un vino puede revelarse.