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Más de 130 muertos, muchos desaparecidos, 62 puentes arrancados, carreteras y vías férreas destruidas, viñedos y casas derrumbadas: el maremoto del 14 de julio convirtió la región vitivinícola de Ahr en un paisaje fangoso de escombros. Nuestra reportera Gisela Kirschstein estuvo en los pueblos del vino: "La gente tiene los ojos hundidos, muchos están en shock o traumatizados"

En la esquina de una calle de Dernau hay un tanque de vino, que gira como un juguete, una calle más allá un coche está colgado en un árbol. Las calles están cubiertas de barro, los coches destrozados se amontonan en el terraplén del ferrocarril, un dulce hedor a aceite y moho flota en el aire: la devastación, montañas de escombros de un metro de altura hasta donde alcanza la vista. Rugen las excavadoras, los tractores y los camiones pesados. Despejan, dragan el barro y derriban lo que ya no se puede salvar. Y eso es mucho. En el pueblo vinícola de Dernau, a orillas del Ahr, nada es como antes.

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